MADRID, 27 (SERVIMEDIA)
Los pueblos prehistóricos de Europa consumían leche miles de años antes de que los humanos desarrollaran el rasgo genético que permite digerir la lactosa (el azúcar de la leche) gracias a las hambrunas y las enfermedades infecciosas.
Así se explica en un nuevo estudio dirigido por investigadores de la Universidad de Bristol y de la University College de Londres (Reino Unido) en colaboración con autores de otros 20 países, y publicado este miércoles en la revista ‘Nature’.
La investigación traza un mapa de los patrones prehistóricos del consumo de leche durante los últimos 9.000 años y ofrece nuevos conocimientos sobre ello y la evolución de la tolerancia humana a la lactosa.
Hasta ahora, se suponía ampliamente que la tolerancia a la lactosa surgió porque permitía a las personas consumir más leche y productos lácteos, pero la nueva investigación muestra que la hambruna y la exposición a enfermedades infecciosas explican mejor la evolución de la capacidad humana para consumir leche y otros productos lácteos no fermentados.
Si bien la mayoría de los adultos europeos de hoy pueden beber leche sin molestias, dos tercios de los adultos en el mundo actual pueden tener problemas si la consumen demasiado, como casi todas las personas adultas de hace unos 5.000 años. Esto se debe a que la leche contiene lactosa. Si no se digiere este azúcar único, viaja al intestino grueso, donde puede causar calambres, diarrea y flatulencia, efectos propios de la intolerancia a la lactosa.
«Para digerir la lactosa necesitamos producir la enzima lactasa en nuestro intestino. Casi todos los bebés producen lactasa, pero en la mayoría de las personas en el mundo esa producción disminuye rápidamente entre el destete y la adolescencia», apunta George Davey Smith, director de la Unidad de Epidemiología Integrativa del Consejo de Investigación Médica de la Universidad de Bristol.
Smith añade al respecto: «Sin embargo, un rasgo genético llamado persistencia de la lactasa ha evolucionado varias veces durante los últimos 10.000 años y se ha extendido en varias poblaciones de consumidores de leche en Europa, Asia central y meridional, Oriente Medio y África. Hoy en día, alrededor de un tercio de los adultos en el mundo son persistentes en lactasa».
9.000 AÑOS
Con el mapeo de patrones de uso de la leche en los últimos 9.000 años al sondear el Biobanco de Reino Unido y combinar ADN antiguo, radiocarbono y datos arqueológicos con nuevas técnicas de modelado por ordenador, los investigadores pudieron demostrar que el rasgo genético de persistencia de la lactasa no era común hasta alrededor del año 1000 a.C., casi 4.000 años después de que se detectara por primera vez entre 4700 y 4600 a.C.
Para establecer cómo evolucionó la persistencia de la lactosa, Richard Evershed, de la Facultad de Química de Bristol, reunió una base de datos sin precedentes de casi 7.000 residuos orgánicos de grasa animal incluidos en 13.181 fragmentos de cerámica de 554 sitios arqueológicos para averiguar dónde y cuándo se encontraba la gente consumiendo leche.
Sus hallazgos mostraron que la leche se usó ampliamente en la prehistoria europea, que data de la agricultura más antigua hace casi 9.000 años, pero aumentó y disminuyó en diferentes regiones en diferentes momentos.
Para comprender cómo se relaciona esto con la evolución de la persistencia de la lactasa, el equipo de la University College de Londres, dirigido por Mark Thomas, reunió una base de datos de la presencia o ausencia de la variante genética de la persistencia de la lactasa utilizando secuencias de ADN antiguas publicadas de más de 1.700 individuos prehistóricos europeos y asiáticos.
Lo vieron por primera vez hace unos 5.000 años. Hace 3.000 años se encontraba en frecuencias apreciables y es muy común hoy en día. Luego, su equipo desarrolló un nuevo enfoque estadístico para examinar cómo los cambios en el uso de la leche a lo largo del tiempo explican la selección natural para la persistencia de la lactasa.
Sorprendentemente, no encontraron ninguna relación, a pesar de que pudieron demostrar que podían detectar esa relación si existiera, lo que desafía la consideración de larga duración de que el uso de leche impulsaba la evolución de la persistencia de la lactasa.
300.000 PERSONAS
El equipo George Davey Smith había estado investigando los datos del Biobanco del Reino Unido, que comprende datos genéticos y médicos de más de 300.000 personas vivas, y encontró diferencias mínimas en el comportamiento de consumo de leche entre personas genéticamente persistentes y no persistentes de lactasa. La gran mayoría de las personas que genéticamente no eran persistentes con la lactasa no experimentaron efectos negativos para la salud a corto o largo plazo cuando consumieron leche.
«Nuestros hallazgos muestran que el uso de la leche estuvo muy extendido en Europa durante al menos 9.000 años y los humanos sanos, incluso aquellos que no son persistentes con la lactasa, podrían consumir leche felizmente sin enfermarse. Sin embargo, beber leche en individuos sin lactasa persistente conduce a una alta concentración de lactosa en el intestino, lo que puede llevar líquido al colon y la deshidratación puede resultar cuando esto se combina con la enfermedad diarreica», recalca Smith.
«Si está sano y no tiene lactasa persistente, y bebe mucha leche, puede experimentar algunas molestias, pero no se va a morir por eso. Sin embargo, si está severamente desnutrido y tiene diarrea, entonces tiene problemas que amenazan su vida. Cuando sus cosechas fracasaron, era más probable que los pueblos prehistóricos consumieran leche sin fermentar con alto contenido de lactosa, exactamente cuando no deberían», agrega Smith.
Para probar estas ideas, el equipo de Thomas aplicó indicadores de hambrunas pasadas y exposición a patógenos en sus modelos estadísticos. Sus resultados respaldaron claramente ambas explicaciones: la variante del gen de persistencia de la lactasa estaba bajo una selección natural más fuerte cuando había indicios de más hambruna y más patógenos.
El estudio demuestra que, a medida que crecían las poblaciones y los asentamientos, la salud humana se habría visto cada vez más afectada por el saneamiento deficiente y el aumento de las enfermedades diarreicas, especialmente las de origen animal.
«En estas condiciones, consumir leche habría resultado en un aumento de las tasas de mortalidad, siendo especialmente vulnerables las personas que carecen de persistencia de lactasa. Esta situación se habría exacerbado aún más en condiciones de hambruna, cuando aumentan las tasas de enfermedad y desnutrición», concluyen los autores.